25 de febrero de 2014

LECCION DE VIDA




Eran dos, tres, cuatro o cinco horas las que pasaba tras el cristal de su enorme ventana… con buena vista a su alrededor.
Sus ojos brillaban al contemplar los niños correr y gritar tras una imparable pelota de dos colores, negro y blanco, disfrutaba las palomas que recogían semillas que una alma buena de de Dios les regalaba en el centro de la placita.
Una sonriente anciana con su canasto cargado de pan, la saluda y le deja su porción de la tarde.

Después de agradecer  dulcemente el habitual gesto, se vuelve a incorporar al arrullador atardecer, vientos tempestuosos zarandean las cortinas florales que adornan su humilde casa, sonriendo y en silencio espera la puesta del sol, que sigilosamente ante su pupila, se desliza en las paredes blancas de su comunidad.
Mientras la tarde se desmaya, escribe versos a la vida, y al amor.

Con su mano izquierda saluda a sus vecinos que cansados de trabajar, pero contentos le responden afablemente, dejándose envolver de la paz que irradia su mirada, a la cinco en punto llega su vecina Julia a leerle versos de Pablo Neruda.
Inspirada con veinte poemas de amor y una canción desesperada, pide escuchar más de este excelso poeta.
Ya… dando paso a la noche, en el interior una voz dice, es suficiente por hoy, ya es hora de merendar agradezcamos el tiempo a doña Julia, y hagamos el cambio de silla se vuelve y con la cabeza dice… está bien, extiende los brazos a su amorosa madre que la levanta de una silla de madera desvencijada, para volver a sentarla en una silla de ruedas que la conducirá a la mesa a cenar, Clarita de doce años no habla ni camina, y aun así… vive y se deleita en lo sencillo.